Morir en el intento a morir de hambre


Hay personas que dejan huella y te dan una lección de vida, aunque hayas cruzado dos o tres palabra con ellos, aunque las hayas visto solo un minuto, esto por su forma de pensar, su mirada, el olor a peligro que transmiten o sus ideales.

Y eso me paso cuando conocí a Luis, un hombre en busca de un sueño, en busca de pan y una mejor vida para su familia.

Todo sucedió cuando salía de uno de los tantos centros comerciales que existen en Matamoros, un joven de entre 30 y 35 años se me acerco para pedir que le ayudara económicamente para comprar una tarjeta telefónica, al escucharlo hablar mi reacción inmediata fue preguntar cual era su país de origen, de inmediato contesto: “soy de San Pero Sula, Honduras”.

Al escuchar el nombre de ese país, me hizo recordar toda la tragedia que vivieron 76 inmigrantes en su paso por México, te da un vuelco el corazón al saber que una persona más corre peligro.

Su piel es morena quemada por el sol, agrietada por la falta de agua y buena alimentación, su semblante cansado, fatigado, su complexión delgada, con ojos tristes, ansiosos, con expresión de miedo, pero eso si, con ganas de cumplir su meta: llegar a Estados Unidos. Su objetivo en ese momento comprar una tarjeta telefónica, para hablar a su casa y decirle a su familia que estaba bien, que estaba en Matamoros, frontera con Texas, a un paso de llegar a su destino.

En la platica Luis decía: “no me puedo quedar en Honduras a ver como mi esposa y mi hijo pequeño mueren de hambre. Allá no hay trabajo, allá solo hay pobreza, marginación, miseria, tengo que llegar a Estados Unidos, para trabajar y mandar dinero”.

“Salí de Honduras con 300 lempiras (moneda nacional) de ahí me fui en vagones de trenes, de “aventones”, logre llegar a Guatemala y mi dinero lo cambie a quetzales, al llegar a Oaxaca se me acabo. Ahí me embarque en un trailer con 80 indocumentados más, no paramos hasta llegar a una ciudad cercana, algo así como Valle Hermoso, nos bajaron y dijeron que no podían traernos a la frontera que siguiéramos solos, tarde casi dos días en llegar a Matamoros, llegue solo, a pie, con sed y hambre”, dijo Luis.

Pero, ¿no le da miedo?, mire lo que ha pasado en los últimos días con los inmigrantes y algunos de sus paisanos, aun le faltan pruebas difíciles, cruzar el río Bravo con su traidora corriente, los polleros, enfrentar a la Patrulla Fronteriza y a todos aquellos que son antiinmgrantes, le comentaba.

“Yo lo se, se a lo que me arriesgo, lo único que puedo decir es que se nadar bien y que primero Dios lo he de lograr, prefiero morir en el intento a morir de hambre junto con mi familia”, contesto Luis.

En ese momento se despidió y siguió su camino, lo vi alejarse, solo pude desearle éxito en su intento de cruzar la frontera y pedirle a Dios que lo protegiera a el y todos aquellos que están en esa situación, por todos aquellos que salen de sus países no por el deseo de dejar la tierra que los vio nacer, sino por buscar un mejor modo de vida.

Una amiga me dijo: “para los malos gobiernos, para mucha gente que se siente con poder y para otros tantos, existen los seres humanos de segunda y eso ha provocado la inmigración masiva” y tiene razón.

Mientras los gobiernos de México y del resto de centro y sur de América, no contrarresten los problemas culturales, educativos, económicos, mientras ellos no cuiden, sirvan y amen en realidad a su país, seguirá existiendo la inmigración, seguiremos teniendo familias desintegradas y por lo tanto los problemas sociales seguirán creciendo.

Mientras sigamos creyendo que Estados Unidos es el país de las maravillas, la tierra prometida o el gran sueño de las oportunidades, seguiremos siendo tratados por ellos como personas de segunda, seguiremos siendo humillados y la esclavitud moderna continuará.

Es ilógico pedirle a la gente que se quede en su país, que no se exponga a los peligros que representan la delincuencia organizada, el río bravo, la patrulla fronteriza y sus modernos mecanismos de vigilancia. El hambre y la pobreza son el peor verdugo y la lección de vida que todos ellos nos dejan es digna de respeto, valor y aprendizaje: “Prefiero morir en el intento, a ver a los míos morir de hambre”.

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